domingo, 23 de agosto de 2015

Y juntos, descubrieron todo lo que era amar.

Amar es la gran incertidumbre de ser correspondido. De ser querido con la misma intensidad o parecida, porque recibimos el amor en distinta cantidad del que lo damos.
Podemos revivir a base de soplos de amor, que se extienden por todo el cuerpo y calan hasta el alma. Nos invaden las entrañas de alegría, de ganas de vivir y nos encontramos rebosantes de felicidad. También podemos sobrevivir sin él, nadie ha muerto nunca por un desamor. Es sólo una llaga molesta y dolorosa, que a base de cuidarla, cierra y deja de doler.
Amar es regalar alas y no quererlas cortar nunca. Alzar el vuelo junto a alguien y perder el miedo a saltar. Amar es desafiar a la gravedad, tener el suficiente valor de perder el miedo a caer. Amar es compartir lágrimas y escuchar problemas, compartir el frío en invierno y fundirnos de calor en pleno abrazo. Es saber que puedes romper el corazón de otra persona, sin embargo, no lo harás. Amar también es demostrar cariño, es dulzura, pasión, confianza, anhelo, frustración.
Tener muy claro que podemos refugiarnos en otro amanecer, en una cálida trinchera donde quedarnos a dormir y sentir, que hemos dejado de ser dos fugitivos que huían sin rumbo del amor. Dos ansiosos y macabros bandidos que escondían en los bolsillos un montón de ilusiones rotas. Dos seres que se descomponían paso a paso al son de un triste tic tac al que llamaban "corazón", con la boca llena de palabras bonitas sin tener con quien compartir y el estómago vacío y hambriento de amor. Dos tórtolos que se derretían al saborear un poco de piedad pero desarmados, de nuevo, al experimentar que las mentiras se convierten en una especie de arena que las manos no pueden retener. Que el amor es libre y que al encontrarse como si de un oasis de tratase, saciaron su sed con la piel de ambos. Y juntos, descubrieron todo lo que era amar y en nada se parecía a lo que todos los anteriores le habían hecho.

lunes, 10 de agosto de 2015

Somos esclavos de nuestro propio sufrimiento

Érase una vez, un hombre que despertó con las manos atadas. Unas esposas era la causa de que aquel hombre se sintiera tan apresado.
Aquel hombre decidió apañárselas como podía, intentando realizar las tareas diarias con sus manos esposadas. Como es de esperar, no le fue muy bien. Todo le costaba mucho más y había cosas que no podía realizar. Todo lo que realizaba, dejaba mucho que desear.
Lleno de desesperación, el pobre hombre pensó en ir a ver al herrero. Seguro que él podía liberarlo de aquella angustia que envolvía sus días.
Estando en la herrería, el herrero tardó apenas unos minutos en liberar al hombre de aquel castigo. Golpeó con un martillo y las esposas se rompieron con tanta fragilidad, que el hombre quedó fascinado.
Era tal la alegría que sentía el hombre, que debía premiar con su servicio a aquel herrero. Así que, decidió servirle en todo cuanto ansiara aquel señor. Al principio, el herrero se sentía halagado pero intentaba llamar al hombre cuando le fuera de urgencia. Poco a poco, el herrero fue abusando más y más de aquel servicio y mandaba al hombre a realizar los peores trabajos. Él no podía quejarse, estaba en deuda con el herrero por haberlo liberado. Y así fue como el hombre, se liberó de un sufrimiento para atarse a otro peor.

Y eso es amigos, muchas veces nosotros mismos somos esclavos de nuestro propio sufrimiento. Pensamos que al liberarnos de lo que nos atormenta seremos felices por fin. Sin embargo, muchas veces salimos de ahí para meternos en algo mucho peor. Y nos convertimos en esclavos, atados a un sufrimiento constante, ligados a un dolor diario.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Es bonito echarse de menos.

Si, de vez en cuando está bien volver unos años atrás. Es bonito echarse de menos a uno mismo. Recordar aquellos tiempos de plena felicidad, acompañados de personas que ahora faltan. Mojarse de añoranza y melancolía, rellenar espacios que ahora están vacíos. Es bonito echarse de menos.
Es bueno mirar atrás, andar durante algunos minutos el camino que tus pequeños pies han recorrido. Sentir, de nuevo, la ilusión y sufrir el peso del esfuerzo. Saborear cada derrota y cada victoria alcanzada. Es satisfactorio releer la lista, ya tachada, de "metas a conseguir".
Es sublime volver a verte, sentir lo pequeño que has sido. Grandioso contemplar el mundo desde los ojos de un niño, las heridas de nuevo en las rodillas, la sencillez que te hizo tan libre. Excelente el poder de superación y de la falta de miedo o preocupación, por alta que fuera la elevación pensando en la caída.
Es bonito echarse de menos, romper por unas horas las rejas donde yace el niño que has sido. Volver a vestirte de sueños y colgar por un rato la corbata. Respirar la tranquilidad de la vida, sentir seguridad y querer, como se quiere de verdad.

domingo, 2 de agosto de 2015

Amanecimos juntos, desnudos.

Y ahí la tenía, entera para mi. Entregada en cuerpo y alma; estaba aún soñando. Por un momento, la miré de reojo; la luz de la luna la hacia más pálida aún. Me fijé en lo bonitos que tenía los labios y recorrí con la mirada toda su silueta.
Comencé a llenarla de besos, besos lentos, llenos de pasión. Con cada uno de ellos borraba parte de mi pasado.
Cuando por fin la tenía entre mis brazos, completamente desnuda, noté que desprendía calor, en otras condiciones hubiera sido normal; pero era un calor distinto, quizá era toda su energía. Me gustaba aquella sensación.
Y de un momento a otro, ahí la tenía, proclamándose una diosa. Para mi, había sido siempre un plato prohibido. Solo quería que el tiempo pasara más lento, que parase el reloj por un par de horas, o para siempre, tal vez. No pedía tanto, simplemente que la noche no acabara, no aquella noche.
Me había armado de valor para explorar todo su cuerpo, armado con mis besos y ayudado con algunas caricias. Cuando llegué al corazón, jamás imaginé que pudieran existir tantas ruinas juntas. Aquello era peor que Roma, sin embargo, mucho más bonito.
Amanecimos juntos, desnudos. Dormimos a la luz de la luna y era el sol, quien nos daba los buenos días. Su cabeza contra mi pecho, mis manos enredadas en su pelo y todo un amanecer regalado a nosotros. La tenía a ella, no podía pedir nada más.