domingo, 10 de abril de 2016

El tiempo no corre a la misma velocidad ahora que lo medimos en latidos

Me rozó la mano, me miró a los ojos y me dijo: "es una forma de saber que tú puedes cumplir mis deseos y yo los tuyos". Justo entonces, se enredó en mi pelo y sus labios se fundieron con los mios. Así fue como empezamos a formar parte uno del otro, rompiendo el miedo y desafiando al placer. Nadie jamás había conseguido adentrarse tanto en mi sin perderse.
Todo empezó con aquella música penetrante que subía mis pulsaciones y me hacia confundir unos ruidos con otros, poco ayudaba el olor a ginebra o el dolor que poco a poco inundaba mis adentros. Por un momento imagine que, todo esto sucedería como en las películas. Tú deberías invitarme a una copa, apartarme un mechón de la cara y decirme al oído que era, sin dudar, la chica más guapa que había entrado esa noche en el bar.
Pero no, realmente no lo era, nada sucedería así. Aquella noche no terminó de la forma en la que yo lo hubiera esperado pero, es eso, arriesgarse, ser alocado. 
Por un momento pensé que sólo eras un éxtasis de mi soledad, que debía olvidarte porque de nada iba a servir todo lo que yo había imaginado. Durante varias semanas lo hice, te hice desaparecer, a ti y al resto del mundo. Solo quería existir yo. 
Pero llegó la casualidad y con ella, tu sonrisa. Me hiciste sentir, de nuevo, que el resto del mundo podía volver a mi o yo, volver al resto de mundo. Me di cuenta que te quería en mi soledad y luego, solo en mi. No fue solo la sensación de querer un beso después de otro, sino la sensación de sentirme, por lo menos, escuchada. Tú estabas ahí, tú querías estarlo. Y yo necesitaba cada día más y más de ti.
Llegados a este punto, yo se que nunca he sido de relojes, y es que el tiempo no corre a la misma velocidad ahora que lo medimos en latidos.

Ojalá algún día no existan más "ojalás"

Ojalá pasen muchas primaveras y, yo siga teniendo el placer de perderme en esos ojos color café que me quitan el sueño. 
Ojalá nunca me falte tu risa, que devuelve el sentido a mi vida como un suspiro que sigue dándote razones para respirar.
Ojalá haya llovido tanto durante el tiempo que estés conmigo, que hayamos echado raíces juntos, que florezca la vida a nuestro alrededor.
Ojalá te des cuenta pronto, que soy un naufrago a la deriva en el mar en calma que reside en tus pupilas, que te llenes de la serenidad que transmiten las olas del surco de tus labios al chocar contra los míos.
Ojalá quieras seguir pescando sueños en mi puerto, junto al faro que ilumina el desdén de la luna que con envidia nos da la espalda.
Ojalá nunca te acostumbres al sabor de mi piel recién levantada, para que me eches en falta cada amanecer.
Ojalá siga siendo yo tu hueco en la almohada o el frío que entra cada mañana con la luz del sol.
Ojalá sigas siendo tú mi hogar en la distancia.

Ojalá algún día no existan más ojalás y yo me haya convertido en todo esto y tú, en  mucho más.

La libertad de la vida que al azar hemos ganado

Hoy lo imaginaba y podía sentirlo, podía verme a mi misma en ese aeropuerto de Bruselas a hora punta, la hora justa de la desgracia, la hora en la que desearía no haber llegado nunca a tiempo. 
De repente, me encontraba tirada en el suelo, el cuerpo me dolía y me sentía pesada, como si alguien me hubiera arrojado con todas sus fuerzas contra el suelo. Mis oídos se rompieron, debían estar rotos puesto que, sólo podía escuchar un fuerte, molesto y constante pitido agudo que hacía que me doliera la cabeza con gran intensidad. Poco a poco, mi vista se fue aclarando y pude ver mis manos llenas de sangre. ¿De dónde venía esa sangre, era mía? Me sentía confundida, no podía escuchar nada, pero si ver todo hecho añicos: maletas abiertas con ropa fuera tiradas por todo el suelo, trozos de techo o pared rotos, escombros esparcidos por todos lados, miles de pedacitos de cortantes cristales inundaban aquel frío lugar. A mi alrededor había gente que corría asustada gritando sin voz... ¿y él? ¿¡Dónde está él!? 
Sin darme cuenta, me he levantado y me encuentro aturdida buscándolo. No he podido agarrarme a él, todo ha ocurrido en cuestión de segundos. No puedo perderle. No puede perderse, debe estar bien, me exijo a mi misma que tiene que estarlo. Miro por todo el recinto con precisión milimétrica cada rincón y por fin lo veo, está a varios metros detrás de mi tumbado boca abajo y yo corro hacia él. Le tomo el pulso, gracias a Dios sigue vivo, todavía respira aunque con dificultad. Lo zarandeo con delicadeza y recobra el sentido, está abriendo los ojos despacio, como si la luz le quemara las retinas. Y me abrazo a él con mucha fuerza, pero tenemos que salir de ahí tan rápido como podamos porque podríamos estar muertos, sin embargo, ahora estamos caminando hacia la libertad. 
La libertad de la vida que al azar hemos ganado, porque alguien que jamás hemos visto ha querido jugar a ser Dios eligiendo arrebatar miles de vidas de gente ajena que no conocen, personas que han roto ilusiones, sueños, futuros y familias con la misma facilidad con la que se raja una hoja de papel, sin importancia, sin remordimientos. 

Pero afortunadamente yo no estaba allí, ni en ese aeropuerto ni en ese frío suelo lleno de cristales. Yo no he vivido ese dolor, pero puedo imaginarlo. No he visto esas horribles imágenes más que en mi pantalla de televisión. Pero solamente contemplándolas he podido imaginar y sentir todo esto. Y es muy triste que alguien te arrebate la vida que ni siquiera te ha dado.