lunes, 2 de febrero de 2015

Triste y fría soledad.

Qué triste es vivir aferrado al orgullo. Qué vacíos nos sentimos cuando dejamos marchar a la persona que más nos ha demostrado y más nos ha querido. Y más triste aún es cuando lo hacemos por orgullo. En ese momento no nos damos cuenta lo mucho que estamos poniendo en juego, porque cuando se trata de amor no existen reglas. Qué fácil nos parece  dejar atrás un sentimiento, con tan solo agitar la mano y susurrar un "hasta siempre" pensamos que vale para matar algo que sentimos.
Qué me dices de todas las cartas de amor que te han sido regaladas. Todos los besos llenos de pasión o ese apretón de manos al despedirnos cada noche. Qué me puedes decir de aquellas visitas a escondidas o las tardes paseando junto al retiro. Qué puede justificar tu ausencia o los abrazos vacíos que me helaban el cuerpo. Qué decir del abismo que se podía percibir en tu mirada o las noches que te esperaba despierta junto a la ventana, esperando que vinieras a cantarme. Qué decir también, de la frialdad de tus labios o la rigidez de tu cuerpo cuando me dabas la oportunidad de visitarte. Qué puedes decir tú, que no has sentido todo esto. Qué puedes reprochar tú que hayas mejorado. Qué puedes pedir tú, ahora que me has roto.