lunes, 10 de agosto de 2015

Somos esclavos de nuestro propio sufrimiento

Érase una vez, un hombre que despertó con las manos atadas. Unas esposas era la causa de que aquel hombre se sintiera tan apresado.
Aquel hombre decidió apañárselas como podía, intentando realizar las tareas diarias con sus manos esposadas. Como es de esperar, no le fue muy bien. Todo le costaba mucho más y había cosas que no podía realizar. Todo lo que realizaba, dejaba mucho que desear.
Lleno de desesperación, el pobre hombre pensó en ir a ver al herrero. Seguro que él podía liberarlo de aquella angustia que envolvía sus días.
Estando en la herrería, el herrero tardó apenas unos minutos en liberar al hombre de aquel castigo. Golpeó con un martillo y las esposas se rompieron con tanta fragilidad, que el hombre quedó fascinado.
Era tal la alegría que sentía el hombre, que debía premiar con su servicio a aquel herrero. Así que, decidió servirle en todo cuanto ansiara aquel señor. Al principio, el herrero se sentía halagado pero intentaba llamar al hombre cuando le fuera de urgencia. Poco a poco, el herrero fue abusando más y más de aquel servicio y mandaba al hombre a realizar los peores trabajos. Él no podía quejarse, estaba en deuda con el herrero por haberlo liberado. Y así fue como el hombre, se liberó de un sufrimiento para atarse a otro peor.

Y eso es amigos, muchas veces nosotros mismos somos esclavos de nuestro propio sufrimiento. Pensamos que al liberarnos de lo que nos atormenta seremos felices por fin. Sin embargo, muchas veces salimos de ahí para meternos en algo mucho peor. Y nos convertimos en esclavos, atados a un sufrimiento constante, ligados a un dolor diario.

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