lunes, 13 de abril de 2015

Sonríe, todo ha terminado.

Estoy al borde de un abismo, pensando si es mejor saltar al vacío y terminar golpeándome contra el suelo o si duele más hablarte con la mirada cada vez que nos cruzamos, aún sabiendo que no volverás. El primer final suena valiente, pero el segundo parece ser más heroico. He optado por sentarme justo al borde, en silencio, con los pies colgando por el lado del precipicio. Me limito a mirar lo que hay debajo y sentir el frío que poco a poco me cala los huesos.
Desde que me senté, un pequeño gorrión se encuentra a mi lado mirando una flor seca y marchita. Al instante, el pájaro se acerca al precipicio y se tira pero, comienza a volar y queda atrapado en una rama, a unos veinticinco metros más abajo. Su única opción es arrojarse y caer  con tanta prisa como la gravedad le permita, acabando en el suelo.
Minutos más tarde, me pongo de pie, cierro los ojos y respiro profundamente. Me relajo y dejo caer mi cuerpo hacia el abismo. Me siento libre, como si cada una de mis preocupaciones se hubieran quedado sentadas al borde. Noto el aire que ondea mi pelo y justo antes de que mi cuerpo choque contra el suelo, por la cabeza se me pasa una frase: "Sálvame, tú puedes". En ese momento escuchó un agudo chillido que sale por mis oídos, el sonido de un impacto brutal retumba por todo el lugar y siento un espeso líquido rojo que sale de mi nariz. "Sonríe, todo ha terminado", pienso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario