lunes, 8 de junio de 2015

Es irónica y grosera la gran hipocresía que rodea el mundo.
Hemos aprendido a que juzgar es malo, es más, si somos juzgados caemos en el resentimiento. Sin embargo, juzgamos los atuendos más extravagantes, los cortes de pelo que se salen de "la normalidad", el color de uñas si se sale del rojo cereza o del rosa chicle. Nos alteramos si vemos a un hombre llevar falda o usar tacones y si observamos a dos mujeres besándose en público. Vamos de modernos, pensando en que tenemos una mente abierta pero simplemente, hemos abierto más la boca.  Señalamos a la pareja que se lleva 10 años de diferencia, hablamos de la adolescente que ha tenido un hijo, refunfuñamos cuando alguien viste de manera libre o simplemente comentamos la vida de los demás. Pero luego vamos de liberales y hablamos de respeto y empatía. Pero qué puedo cambiar yo, que soy una voz sorda e ignorada, que tiene 16 años y "ni puta idea de la vida".
Qué vamos a cambiar si seguimos aferrandonos a un estilo de vida lleno de estereotipos y "normalidad". Define normalidad. Que nos guste un estilo de musica o llevar el pelo tricolor no nos hace inferiores, que tengamos la capacidad de amar a alguien que nos saca 10 años no te da la libertad de tenerme de boca en boca. Es moralmente incorrecto juzgarme por mi talla de pantalón o de sujetador. Debe ser insano tener a alguien las 24 horas del día pendiente de qué haces o con quién.
Todos tenemos una vida que vivir como queramos, como más nos guste. Porque tú no eliges la ropa que me pongo, no decides con quién salgo ni lo que debo hacer. No eliges mi color de pelo, mis creencias o mi gusto musical. No vas a cambiar mi idea de ver el mundo ni vas a conseguir hacerme sentir inferior. Tu falta de respeto demuestra quién lo parece.

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